Cuando se miran en el espejo Feijóo, Ayuso, Bendodo, Tellado, Mazón, Mañueco, y toda la élite del PP, ¿tienen un segundo siquiera para escuchar a su conciencia, sus mentiras, irresponsabilidades, maledicencias, infinitas trampas? ¿Y sus medios?
“No hay historia más cruel que la que escribe uno mismo, ya que no hay conciencia que la cambie ni mente que la olvide”. ElDiario.es publicaba el sábado, en medio del puente de agosto, una impactante Tribuna Abierta de Ghaleb Jaber Ibrahim, médico palestino, presidente de la Fundación Araguaney/Puente de Culturas: El implacable poder de la conciencia. Hablaba de Israel, para situarnos ante la maldad mayúscula cuando el individuo que la perpetra se queda a solas consigo mismo. Porque, como dice Jaber Ibrahim, “cuando la conciencia se manifiesta suele hacerlo en la intimidad y por ello no es fácil detectar las crisis que sufren los farsantes”.
Creo que merece la pena ahondar en este asunto clave en el momento actual. Los brutales crímenes del gobierno de Netanyahu puede que sean, ahora, la máxima manifestación de la crueldad contra seres humanos, pero no la única; de hecho, es una tendencia de la que debemos ser conscientes para intentar atajarla. Porque tiene muchas extensiones, incluida la dañina corrupción y las mentiras para lograr objetivos.
La respuesta fácil es decir que quienes cometen atrocidades no tienen conciencia, pero eso no basta: demasiado simple. El autor de la Tribuna, asentado en España, en Santiago de Compostela, mantiene la sugerente idea de que los malvados no escapan a su conciencia. Y es una poderosa tentación creerlo. Imaginar sus momentos solitarios, los del soldado israelí cuando los niños palestinos enterrados vivos recobran la imagen en la que él los metió en esa hondonada y les tapó todo oxígeno que pudiera llegarles. Algunos miembros del ejército de Netanyahu han dado muestras de horror por lo perpetrado; otros, la mayoría, se han felicitado de sus acciones. Al parecer existe un mirador donde simples ciudadanos pueden contemplar el espectáculo de los asesinatos directamente, mientras se hacen fotos y toman refrescos. Al menos es lo que muestra un reportaje de la BBC. Es una tentación suponer que tienen conciencia todos ellos, los ideólogos, los autores materiales y los cómplices de todo tipo.Y también un mínimo asomo de castigo en justicia al verse ellos mismos como son.
Es incuestionable la iniquidad máxima que despliega Netanyahu en Gaza y Cisjordania, y Trump en cuanto a su terrible mandato. Y la de sus cómplices políticos que callan o comprenden lo incomprensible. Les advierte también el autor de “El implacable poder de la conciencia” a “los detentadores del poder político que creen en la absolución de sus pecados apelando a que siempre tuvieron dudas y que tenía que haber pasado otra cosa”. Sobre ellos dice Ghaleb Jaber Ibrahim: “Cuando se den cuenta de que la opción contraria a apoyar era condenar y que no lo hicieron, no habrá posibilidad de retorno en los hechos ni en la conciencia”.
¿Qué sentirá en la intimidad de su casa Von der Leyen y cada uno de los líderes europeos ante lo que se está haciendo en Gaza? ¿Y en Ucrania? Incorporemos aquí a Rutte, el flamante jefe de la OTAN. ¿Y en la propia Europa en donde han dejado a los ciudadanos a los pies de los caballos de Trump con el ominoso acuerdo de los aranceles? ¿Y sobre lo que ocurre en Afganistán? Nos hemos olvidado por completo del tapiado en vida de sus mujeres. ¿Sentirán algo “cuando se den cuenta” de lo que no han hecho?
El fascismo en alza, pleno de egoísmo y deshumanización, está infligiendo daños graves también a los migrantes, en numerosos países y en diversa intensidad según el grado de alejamiento del blanco de la piel que tienen como modelo. Malo será que no haya un solo instante en que no se avergüencen de sí mismos. Uno solo.
Como algunos lectores habrán supuesto si nos plantamos ante el poder de la conciencia no podemos dejar fuera a los hechos que están sucediendo en España, los que se reeditan una y otra vez de una malignidad suprema. Ayudan a entender mejor la cuestión en sí, por proximidad siquiera. Cuando se miran en el espejo de ellos mismos Feijóo, Ayuso, Bendodo, Tellado, Muñoz, Mazón, Mañueco, y toda la élite del PP. ¿Tienen un segundo siquiera para escuchar a su conciencia, sus mentiras, irresponsabilidades, maledicencias, infinitas trampas? ¿Recuerdan lo que les enseñaron, en su caso, sus padres? ¿Se les ocurre pensar cómo les juzgarán sus hijos? Podría ser incluso que se rían de los incautos que les creen o del daño que causan a sus enemigos políticos. ¿O experimentan un atisbo de vergüenza, de conciencia? ¿Es posible que ni una sola noche haya sentido Ayuso la angustia de los 7291 ancianos muertos asfixiados, diga lo que diga su benévola justicia, viéndose a sí misma o a sus seres queridos en esa tesitura?
¿Tienen de hecho conciencia, un átomo siquiera, quienes incumplen sus responsabilidades en las tragedias y descargan sus culpas sobre el gobierno con la impunidad que les caracteriza? ¿La tienen los jueces que actúan por motivaciones políticas incluso sin pruebas? ¿Y los que callan al verlo? ¿Y el órgano superior de los jueces tan peculiar en sus expedientes? ¿Y los medios? ¿No se les revuelve algo el estómago cuando despedazan personas para mayor bien del Partido Popular al que sirven en lugar de hacer posible el derecho a la información de ciudadanos? ¿No se avergüenzan en la intimidad de publicitar tan obscenamente gruesas mentiras? Y a los autores ¿no les abochorna firmarlas?
¿Tiene conciencia quien, tras meternos en la guerra de Irak de tan nefastas consecuencias, se lanza con notable éxito a pedir que quien pueda hacer algo contra el gobierno lo haga? ¿Y quien pudiendo pararlo en justicia, en derecho, no mueve un dedo y hace al no hacer?
¿Y los ciudadanos? Hay una buena parte que ya pasa por alto la ineficacia nociva y todo tipo de engaños aunque incluso sean víctimas de ellos, está ocurriendo con los incendios. Que carga culpas indiscriminadas solo porque le sale de las tripas, sin pensar ni en hoy ni en mañana. En la escala ascendente de la ignominia ya hay quien denigra a seres humanos por venir de otro país, quien cierra los ojos a los que se traga el mar, a los que pisotea Donald Trump… ¿cuánto queda para apretar el gatillo o soltar la espoleta contra niños y adultos en Gaza o quitarles el agua y la comida de la boca? Una vez que se entra en la iniquidad ¿dónde se para?
A pesar de los fanatismos con que se autojustifican todo, o de las excusas que cada uno se busca, sería reconfortante saber que la conciencia no ha desaparecido, que sí hay momentos de luz en las tinieblas de los malvados y de los tibios. De luz, o de miedo. La tortuosa cabeza del hoy presidente estadounidense que hasta anda ya patrullando las calles en busca de delincuentes o de argollas mentales para los ciudadanos, ha declarado en una entrevista en Fox que quiere el Nobel de la Paz pero también asegurarse de que tras su muerte irá al cielo. ¿Se hacen idea?
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