dissabte, 3 de febrer del 2018

O Bonig puja al carro de l'odi africà a Camps o aquest carro l´atropellarà políticament

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Bonig y el odio africano a Camps
La presidenta de los populares valencianos, Isabel Bonig, comienza a entender que el principal obstáculo del PPCV en su intento de recuperar la Generalitat es el pasado tremebundo de Francisco Camps, razón por la cual le conviene soltar amarras y marcar distancias

VÍCTOR MACEDA Author Img
01/02/2018 12:11 | Actualizado a 01/02/2018 12:20
Hace justo un año, en una de las conversaciones intervenidas a Ignacio González poco antes de que el expresidente madrileño fuese detenido y conducido a prisión, Eduardo Zaplana le confesaba abiertamente que José María Aznar profesa un “odio africano” hacia Mariano Rajoy. No hace ni dos semanas, aquí mismo, el periodista Jesús Montesinos utilizaba una decena de veces la palabra “odio” para referirse a la reacción que “en cualquier foro” suscitan el PPCV y Francisco Camps. “¿Por qué tanto odio hasta con los inocentes?”, se preguntaba intrigado.

¿Hay odio africano contra Camps? Si por el mismo se entiende un rechazo frontal e irreversible hacia su persona, sin duda que sí. De hecho, su paso por la presidencia de la Generalitat Valenciana fue de todo menos sosegado: combatió a propios —zaplanistas— y extraños —grupos de la oposición– en una lucha sin cuartel que sepultó enseguida la imagen de bon xic que había cultivado hasta entonces. Utilizó en beneficio propio las cajas de ahorro y la radiotelevisión pública, tomando mucha ventaja respecto a sus adversarios políticos y endeudándolas tanto que acabaron implosionando. Dedicó una jugosa porción del presupuesto público a propaganda del tipo “agua para todos” y a subvencionar hasta las cejas a determinados medios de comunicación, mientras desestimaba cualquier ayuda —publicidad institucional incluida— a los desafectos. Liquidó las emisiones de TV3 y Canal 33 en el País Valenciano imponiendo unas multas desproporcionadas que la justicia declararía nulas, y cuando hubo que asignar los canales autonómicos y comarcales de TDT, también actuó sin concesiones: la práctica totalidad recayeron en grupos afines que no llegaron a emitir o que lo hicieron sin respetar las condiciones fijadas en el decreto regulador.

Por si todo lo anterior no fuese suficiente, las declaraciones de Ricardo Costa —su número dos en el PPCV— y de Álvaro Pérez —el gerente de Orange Market— en el juicio del ‘caso Gürtel’ que tiene lugar en la Audiencia Nacional indican que Camps era plenamente conocedor del mecanismo de financiación irregular del que se servía su partido, gracias al cual organizaba campañas electorales suntuosísimas que nada tenían que ver con las del resto. Un mecanismo sufragado con dinero negro procedente de las empresas que, en paralelo, obtenían los mejores contratos de la administración valenciana.

¿No concurren bastantes motivos para hacerse acreedor de tamaño rechazo? ¿No se superaron con creces los límites de la ética? ¿Llegó a guiarse por ella en algún momento Francisco Camps durante las dos legislaturas y un mes en las que estuvo al frente del Consell? ¿Quién compensará a los ignorados, cuando no vilipendiados, por todos los años de ostracismo? ¿Hubiese sido tan hegemónico el PPCV dentro de la sociedad valenciana sin el uso y abuso de todos estos resortes? Muy probablemente, no.

La actual presidenta de la formación, Isabel Bonig, es consciente de que el rechazo a Camps no se circunscribe al ala izquierda del electorado. Muchos de sus antiguos votantes han pasado a sentir aversión hacia el partido por culpa del expresidente. Si los populares bajaron de 1.211.112 papeletas a 658.612 entre las elecciones de 2011 y las de 2015 fue como consecuencia de la herencia envenenada de Camps, no por los deméritos de su sucesor. Al fin y al cabo, Alberto Fabra ha sido el presidente de la Generalitat más normal que ha proporcionado el PPCV. Puede que el único.

En el pasado reciente, a Bonig no le dolieron prendas a la hora de marcar distancias con Rita Barberà, su gran valedora ante Rajoy para hacerse con el control del partido. Lo hizo en cuanto se conoció la presunta financiación en negro de la campaña municipal de Valencia, llegando a votar en las Corts a favor de la reprobación de la exalcaldesa. Barberà falleció poco después sin carnet del PP y arrinconada en el grupo mixto del Senado, una herida que escocerá de por vida a muchos correligionarios. No obstante, Bonig se llenó de valentía y decisión. Sin presumir de “línea roja” alguna, no tuvo reparos en poner contra las cuerdas a Barberà, aunque la trágica noticia de su muerte sumió a la presidenta del PPCV en un dilema existencial: ¿había sido demasiado estricta?

Aquel gesto fue todo un punto de inflexión y pudo hacer creer a una parte de los electores perdidos que, en efecto, existía un “nuevo PP”. Más aún cuando, meses más tarde, los populares también condenaron sin paliativos, junto al resto de fuerzas, unos Presupuestos Generales del Estado que de nuevo dejaban a los valencianos a la cola en el apartado inversor. Le costó una amonestación de La Moncloa, pero Isabel Bonig volvió a demostrar arrojo.

El jueves de la semana pasada, cuando las Corts votaron si Francisco Camps debe renunciar al sillón que ocupa en el Consell Jurídic Consultiu, los 30 diputados del grupo parlamentario popular fueron los únicos que no apretaron el botón del “sí”. Optaron por la abstención. Aquel día a Bonig se la vio muy nerviosa, atrapada entre el “quiero” y el “no puedo”, con el antecedente desagradable de Barberà y la certeza de que se trataba de un brindis al sol, puesto que el expresidente tiene pleno derecho a continuar hasta 2026 en ese retiro dorado. Sufrió en sus carnes el repudio que provoca Camps, directamente proporcional al que instigaba él hacia quien no se sometía a su recta doctrina.

Fue Camps quien propulsó a Bonig, en un santiamén, desde la alcaldía de la Vall d’Uixó hasta el pleno del Consell. Otro factor que invita a la prudencia. Sin embargo, este miércoles, en el almuerzo informativo que protagonizó en València y en el que fue presentada por Soraya Sáenz de Santamaría, rehuyó comprometerse más de lo estictamente necesario con su mentor. “Camps hizo muchas cosas buenas por el partido y por la Comunidad Valenciana, pero también otras que no estuvieron bien”, deslizó. Bonig declinó aprobar o suspender su gestión como presidente del partido y de la Generalitat.

Da igual que Bonig se pase el día soltando soflamas, criticando a los “catalanistas” de Compromís y diciendo que los socialistas “no quieren a esta tierra”; dos frases muy made in Camps, por cierto. Ya puede promover rebajas impositivas o una inmersión educativa en inglés. O anunciar mejoras en la depuración y la reutilización del agua. Todo queda sepultado en cuanto surge el nombre de Francisco Camps y las informaciones relativas a la corrupción, esa gran losa que coarta las posibilidades del PPCV. Si ella no decide desmarcarse sin complejos de aquella tétrica época, se sumará a una lista de víctimas cada vez más extensa. O Bonig se sube al carro del odio africano a Camps o ese carro la atropellará políticamente.

http://www.lavanguardia.com/local/valencia/20180201/44446477539/bonig-odio-africano-camps-victor-maceda.html

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