(Bon Nadal i un bon Any per a vosté, estimat lector, per a la seua família i per a la Comunitat Valenciana: falta ens fa).
Hay algo de nieve en la confianza: cuando la manoseas demasiado, se deshace. Desaparece. Adiós. Y entonces solo queda la melancolía entre los dedos y hay que esperar mucho para reencontrarte de nuevo con ella, con la confianza, ese material frágil que cose, explica y sostiene la vida en sociedad.
Pensaba en ello estos días de frío que preludian la llegada, justo hoy, del invierno. De frío interior, en este caso, por uno de los males de este tiempo: ese itinerario que transita por la decepción, el desencanto y la indiferencia para, al fin, abrir de par en par las compuertas al populismo autoritario que abreva en el profundo malestar de la desigualdades y la frustración.
Ese es el trasfondo del descrédito, por ejemplo, que ha abocado a un país como Estados Unidos a impulsar una estrategia nacional hacia Europa consistente en predecir su ocaso civilizatorio y apoyar, aquí, en nuestras sociedades, a los partidos de ultraderecha que minan la democracia. Es el trasfondo que debilita estos días el acuerdo con Mercosur y que revela la incapacidad europea para entender las relaciones globales con América Latina y su palanca para fortalecer las democracias y progresar todos juntos. Es el trasfondo que lleva al país de Salvador Allende a abrazar a un presidente que apoyaba la figura de Pinochet. Hasta ahí hemos llegado. Se vuelven a cerrar las Alamedas.
A entender esa corriente que está agitando el mundo me ha ayudado un excelente ensayo que acaba de publicar la filósofa Victoria Camps bajo un título elocuente: La sociedad de la desconfianza. El libro parte de una preocupación: ¿Qué pasa cuando dejamos de creer en lo común? Victoria Camps lo expresa con claridad: la confianza está ligada a las expectativas, y cuando estas se ven defraudadas, se rompe el vínculo que une a la ciudadanía con las instituciones. Ese cordón umbilical que da sentido a la democracia.
El espíritu de nuestro tiempo no bebe de una crisis en las ideas. Es una crisis de hechos la que se cierne en numerosas cuestiones. Y es, por eso mismo, una crisis política y ética la que hay que afrontar. Hoy, en muchos ámbitos, sentimos cómo a la sociedad le han mutilado la esperanza. No porque falten discursos o promesas (precisamente estamos sobreexcitados de relatos, algunos bien gaseosos), sino porque, demasiadas veces, esas promesas no se convierten en realidades. Se quedan huecas resonando en el vacío.
¿De qué sirve la retórica que no está soportada por los hechos? ¿Qué credibilidad tiene? ¿Adónde permite llegar la palabra por sí sola? Res hi ha més fort que el fet, oí de niño. Ya nunca lo olvidé.
Desafección
En esta era de la desconfianza, en medio de este rumor de fondo que parece una vuvuzela in crescendo, la pregunta que se hacen muchos ciudadanos ya no es tanto ideológica, sino directamente de razón práctica: ¿Qué están haciendo quienes gobiernan para protegerme, para garantizar mis derechos, para mejorar mi vida? Cuando esa pregunta se queda sin respuesta, o cuando la respuesta es insuficiente, o incluso cuando la respuesta queda opacada por el ruido y la furia que desata el escándalo y la indignación, la confianza se va deshaciendo irremisiblemente, como los copos de nieve en la mano. Entonces, lo que deja entre los dedos es el rastro grasiento de la desafección. Y esa, aquí lo sabemos bien, sí que tarda mucho tiempo y esfuerzo en desaparecer.
Las páginas de Victoria Camps, que son oxígeno intelectual en medio del debate partidario (interesado y en ocasiones carente de perspectiva), iluminan un aspecto sencillo y tantas veces olvidado. Dice la autora que, ante el malestar y el descontento con las democracias y los políticos, «las estrategias para recuperar la confianza pueden ser variadas, pero tienen un común denominador: conseguir que se cumplan las expectativas anunciadas, no defraudar, no engañar, cumplir las promesas, responsabilizarse de las decisiones que se toman, ser íntegro y coherente». En una palabra, interpreto: pasar de las palabras a los hechos. Pasar de los principios a las acciones. En la defensa del feminismo, que es, ante todo, la justicia del respeto. En la integridad insobornable frente a la la corrupción. En la exigencia democrática frente al extremismo ultra que socava la convivencia. En el prestigio institucional que repudia la mentira sistémica. En la responsabilidad política cuando de salvar vidas se trata. En el compromiso para que la diversidad de este país no haga encallar una acción de gobierno beneficiosa para la mayoría.
Reformulando aquel viejo adagio: Son los hechos, estúpido.
En este momento, sería intolerable cometer dos errores irreversibles. El primero, permitir que la desconfianza vaya carcomiendo la civilidad (que consiste en tener en cuenta no solo el interés particular sino el bien común) hasta el punto de que el individualismo campe, como en un far west, por nuestras ciudades y pueblos. No hay que olvidar que el populismo concibe la información como un arma y con ella hace mella en el desencanto general.
Convivencia
El segundo error sería encastillarse en la confrontación permanente y renunciar, por sistema, al entendimiento mutuo entre partidos políticos porque, a veces, uno diría que no hay incentivos para el acuerdo y que hasta penaliza el pacto, algo completamente kafkiano en una vida en sociedad donde el diálogo, la pluralidad y el acuerdo son la base para la convivencia.
Es el tiempo de los hechos. De esforzarse en demostrar, empíricamente, que la democracia es la vía para reducir desigualdades, ampliar derechos y proteger libertades. Es el tiempo (mientras uno siente el dolor por lo que ve) de dar un paso adelante con la acción y recordar las manos entintadas de aquellos obreros tipógrafos que hace un siglo y medio soñaron un mundo mejor y que pelearon por él desde unas siglas que solo tienen sentido desde la ética de la responsabilidad. En aquellas nobles manos manchadas de tinta hay parte de la respuesta para no caer en el desencanto. Creer y hacer. Ahora, sobre todo, hacer.
(Bon Nadal i un bon Any per a vosté, estimat lector, per a la seua família i per a la Comunitat Valenciana: falta ens fa).
Embajador permanente de España ante la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos y VI president de la Generalitat Valenciana, entre 2015 y 2023
Opinión | TRIBUNA
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